14 noviembre 2009

No tengáis miedo

No tengáis miedo

“Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca”. San Marcos, cap. 13.

Existe un mundo en el cual el dinero es el dinero, el pan es pan y el vino es solamente vino. Las cosas son, pero no significan. Quienes viven ahí no aprendieron a mirar el futuro, ni a buscar detrás de las apariencias.

Más allá hay otro mundo. En él, nuestro dinero habla de compartir, el pan significa fraternidad y el vino tiene sabor de alegría fraterna. Allí las cosas son y significan.

Los habitantes de este mundo aprendieron a vivir en futuro y encuentran mensajes detrás de las simples apariencias. Aprendieron la parábola de la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, es porque la primavera está cerca.


Ellos saben de crisis que son, al fin y al cabo, dolores de crecimiento. Comprenden el fracaso cómo una asignatura en la universidad de la vida y el triunfo, cómo el resultado de muchos esfuerzos.

Rara vez sienten miedo. Ese miedo vital que afecta a la sociedad contemporánea: Miedo de quedar mal. Miedo a la soledad. Miedo del otro. Miedo al compromiso. No los asustan la catástrofe, ni la inseguridad económica, ni las vicisitudes del amor. Se sienten siempre acompañados.

Su vida tiene sentido, porque interpretan los acontecimientos en clave de esperanza.

Nuestros abuelos hablaban del mes de los temblores. Nunca averiguamos cuál mes era. Quizás noviembre con su repertorio de expectativas y zozobras:

Se acaba el año, uno de nuestros hijos lo ha perdido. Se espera el balance de la empresa. Ya se habla de reajuste en los precios. Estamos un poco más viejos y más solos. Algunos amigos ya se fueron. Guardamos todavía una colección de problemas por resolver. Nos angustia esa ilusión agridulce de las vacaciones.


Sin embargo, para el cristiano todo es transparente. Comprende que esta marea de noviembre trae a la playa todos los elementos para fabricar un pesebre. Es decir que con ella, Dios vuelve a la tierra. Aparece visiblemente en nuestra casa. “Así cuando vemos suceder todo esto, sabemos que El esta cerca, a la puerta” nos dice el Evangelio.


Vivamos siempre con esta esperanza...

06 noviembre 2009

POBRE POR FUERA, BELLA POR DENTRO

Poco a poco, Jesús, nos va desplegando todo su programa de vida: su percepción de las cosas y de las personas. La relación, sincera y fluida, que hemos de tener los hombres y mujeres de fe respecto a Dios. Hoy, al asomarnos por la ventana del Evangelio, contemplamos a una viuda pobre. Una mujer que, más allá de dar de la abundancia, ofrecía desde la escasez, desde su pobreza: lo daba todo. Era su beldad, su grandeza: en Dios estaba su esperanza.


1.- Una lección bien práctica y sugerente en esta eucaristía. No nos podemos contentar con proporcionar bienes materiales si, ese desprendimiento, no supone una donación de nuestras personas, de nuestros talentos. Es decir, el mérito no está tanto en el cuánto se da, sino en el cómo y desde dónde se da. Podríamos decir que, la calidad de nuestra generosidad, no está en la cantidad sino en el sacrificio que supone. Se suele decir que, el amor, es más puro cuanto más cuesta cuidarlo, mantenerlo y consolidarlo.


-Es fácil hablar mucho, para quien es elocuente.
-Es factible ser generoso, para quien lo posee todo.
-Es viable salir al paso de las necesidades de los más pobres desmigajando un poco el gran pan de nuestra riqueza.

Pero, lo meritorio, es cuando sin tener demasiado, se comparte hasta lo que no se tiene. Cuando, sin saber demasiado, se habla lo justo y necesario. Cuando, sintiendo uno necesidad en su propio entorno, mira más allá de sí mismo y, olvidándose de sí mismo, ve más estrechez al lado que en su indigencia personal.

Todos, como la viuda, podemos desprendernos de aquello que nos hace falta.

-Tiempo. Vamos deprisa, andamos escasos de él. Detengámonos un poco. Escuchemos a los hijos. Dialoguemos en familia.

-Amor. Nunca, el mundo, ha estado tan lleno de todo como escaso de afecto. El ser humano anda mendigando amor. Ofrezcámoslo. Un amor sincero que se traduce en compañía y silencio, una visita oportuna a un enfermo o una palabra de aliento al que se encuentra abatido, deprimido.

-Humildad. Brilla por su ausencia en muchos de nosotros. ¿Por qué escuchamos con cierta frecuencia “creo en Dios pero no en muchos cristianos”? En algunos casos será justificación para no integrarse ni comprometerse con la vida eclesial. Pero, en otros, nos debiera de urgir a interrogarnos, interpelarnos seriamente sobre nuestra coherencia de vida. Si, en verdad, lo que decimos creer se refleja o no en nuestro pensamiento, actitudes, alegría, etc.


2.- La viuda del evangelio de hoy, no daba lo que tenía. ¡Daba mucho más! ¡Se desprendía de todo lo que tenía! De aquello que precisaba para seguir adelante. Y, lo bueno, es que Dios no pasaba por alto su causa.

Una vida acomodada no es el mejor garante ni acompañante para un cristiano. Tampoco es que, el Señor, nos ponga la soga al cuello o boca abajo para que nos vaciemos de todo lo que poseemos. ¡Va mucho más allá! Quiere lo que llevamos dentro. Que sepamos que, todo lo que hacemos o dejamos de realizar, no le es indiferente.

Caminaban dos peregrinos por el desierto. Y, en medio del sofocante calor, uno de ellos –habiendo quedado sin agua- le pidió al otro (que también la necesitaba para seguir caminando) su cantimplora. Cuando llegaron al final de su peregrinación, el primero le dijo al segundo: “dame por favor, esa fuerza interior, que te ha empujado a darme el agua que tú necesitabas”.

Esto es lo que, el Señor, nos pide en nuestro itinerario cristiano. La vida interior. La belleza interior. Esa capacidad que nos convierte tremendamente generosos y no egoístas; esa intuición que nos hace estar presentes ahí donde la humanidad nos necesita y no mirándonos al propio ombligo. Esa satisfacción de decir “he hecho aquello que tenía que hacer y punto”. Sin orgullo ni llevando cuentas de lo mucho que hemos hecho por los demás. Entre otras cosas porque, si lo hemos llevado a cabo, es porque hemos podido. Porque Dios nos ha bendecido con la abundancia.


3.- Bueno sería, terminar esta reflexión, observando nuestras manos. Cuando se abren, son manos del Señor; cuando se cierran, son manos de uno mismo. Nuestros ojos: cuando miran lo que dan, son ojos humanos; cuando miran hacia un lado y otro, buscan saciar una y otra vez necesidades. Nuestro corazón: cuando no pone su atención en lo material, es corazón que busca a Dios; cuando se siente preso entre las rejas de lo efímero, es que no sabe vivir en la libertad de los hijos de Dios.